lunes, 22 de noviembre de 2010
Soy una insignificante persona. Un ser diminuto, escondido bajo un cielo inmenso. Un cielo que reclama a gritos solo un poco de atención, cubriendo la monótona ciudad de extraordinarios y diversos colores. En un mundo que sufre por el dolor que nosotros le causamos diariamente. Ese mundo que llora por las injusticias y el sufrimiento ajeno. En este mundo estoy parada, sin saber qué hacer, sin saber a dónde ir, esperando una libertad lejana que, probablemente, nunca toque mi puerta. Pensando constantemente en generar un cambio.
¿Cuán ingenua debo ser para creer que alguien tan insignificante como yo puede generar algo tan trascendental?
Creo, o más bien, quiero creer, que el cambio es posible. Que en algún momento las lágrimas se van a secar, como cual río en pleno verano y la magia del cielo vencerá a la frustrante rutina de una vez por todas.
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Gandhi también era un ser diminuto. Eso es todo lo que voy a decir.
ResponderEliminarYo recuerdo haber leído ésto . Recuerdo también una gran charla al respecto .
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